miércoles, 2 de noviembre de 2011

Cómo perderla antes de subir a un colectivo

La dignidad no es algo con lo que uno cuente a menudo. Seguido se la pierde en el día a día desde el momento en que nos caemos de la cama o  le ponemos sal al café por dormidos. Nadie espera conservarla para el final del día cuando los límites del espacio personal de uno se mezclan con los olores del que viaja al lado en el colectivo. De hecho, para los que viajamos seguido en transportes públicos la dignidad es algo que quedó en el pasado, gracias a una variante de episodios que pueden potenciar la humillación pública de cualquiera. En esta primer entrega, la compra es opcional con el blog, algunos de los episodios que pueden llevarte a perderla antes de siquiera subir al colectivo.

A saber:

- Se te puede plantear la encrucijada de tu vida: Correr o no correr. Ahí está la cuestión. Porque de lo que decidas va a estar en juego tu dignidad. Desde el momento en el que empezás a calcular la distancia que hay entre vos y el “bondi”, la velocidad a la que tendrías que avanzar para alcanzarlo y el tiempo restante que te queda, antes de que el semáforo se ponga en verde, y tu oportunidad de llegar 10 minutos menos tarde a la facultad, laburo, etc. se escape. Si decidís no correr, tu integridad está a salvo. A menos que decidas correr y lo alcances, en ese caso sos el héroe del día y además contribuiste con tu cuota diaria de ejercicio. Sin embargo, te puede pasar que aunque a mitad del cálculo hayas desistido, pierdas ante la tentación y hagas el intento de llegar. Ahí, cuando ya es demasiado tarde para volver por el pulmón que dejaste atrás, la luz verde cambia, y el chofer, más los que están esperando otro colectivo, ya se dieron cuenta de lo que vos sabes desde que naciste: que no tenés estado físico. Como resultado, la pérdida de tu dignidad es automática.

- Puede pasarte también que tengas que soportar preguntas obvias del palo de “¿Hace mucho que pasó el último colectivo?”, cuando la parada es de una línea sola, por ende, cuando respondés que no sabes, por dentro en realidad pensás: “si hubiera pasado hace mucho o hace poco da igual, no estaría esperándolo”. Este es uno de los pocos encuentros de tercer tipo en los que tu dignidad así como tu integridad moral no corren peligro. No puede decirse lo mismo de la otra persona, si terminás por contestarle lo que de verdad pensás que esa pregunta merece de respuesta. 

- Por último otra de las cosas con las que te podes encontrar cuando llegas a la parada de un colectivo, es ver que está viniendo, pero que por frenar en el semáforo quedó a cuatro o cinco coches de distancia. Cuando esto sucede, mi humilde consejo es caminar hasta donde está. Porque si vas a hacerte el o la justiciero o justiciera bajo el lema de “la parada es acá, que pare acá” ya podes ir sentándote para esperar al que viene. Salvo que justo cuando crees que tu mano, posicionada cual saludo de fhürer, es invisible, el chofer se estacione y te deje subir. Pero si pasa el 2% de las veces, es decir mucho. Lo mejor es, o caminar y arriesgarte a perder tu dignidad (sí, siempre corrés el riesgo pero en este caso es menor) o quedarte y esperar que después de haberse comido lo que duró la luz roja, que casi siempre es una eternidad, avance dos metros y vuelva a parar solo porque a vos se te ocurrió hacer valer tu derecho. Que está perfecto, si no fuera porque en el intento de salvarlo, perdés (y acá el riesgo es mayor) de forma sistemática tu ya olvidada dignidad. 

2 comentarios:

  1. Es tan real jajaja. Correr el bondi es jugar en la linea entre la dignidad y la falta de la misma.
    Correr y llegar es ser casi un héroe.
    Correr y no llegar es vivir en la vergüenza por un rato.
    Pocos se atreven a jugar en la linea

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  2. ojo, hay veces que llegás, pero en vez de como un heroe, con un paro cardíaco, un mareo terrible y unas nauseas asquerosas por el pique sin calentamiento que pegaste.

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